viernes, 7 de agosto de 2020

Colombia, perdida en su laberinto

                                                                             Fotografía de: Daniela Medina
                                                                                                    Dayana Angarita
                                                                                                 Laura Beltran


Texto de Natalia Sanabria.

Independencia, un grito que liberó a nuestra patria allá en el siglo XIX de manos de los Españoles. Muchas cosas cambiaron desde entonces para sus  hijos, soldados y campesinos con manos aguerridas que empuñaban sus espadas con ho
nor, guerreros que en esos días no lucieron la cobardía como parte de su uniforme. Por aquellos días pasamos, también, a tener un nombre, un origen propio y la posibilidad de existir con un gobierno y una sociedad en eterna construcción, siempre anhelante de la excelencia, pero inexorablemente alejada de lo que representa este adjetivo superlativo. Pero ¡Ganamos! Sí, por aquellos días ganamos.

Y ahora, otro rostro de la misma historia...


Una chica bella, con una sutil elegancia y un vestido de tres colores, se disponía a asistir a una cita con un hombre atractivo, sombrío y extraño. Ya que era el día de su cumpleaños, no tenía ninguna intención de asistir a este encuentro. Pero lo hizo.  Y aunque no era pretenciosa, solo se preguntaba qué palabras diría sobre sí misma luego de tener que mostrar algo más que su belleza.


Pensó en comenzar diciendo su nombre -¡Colombia!, mucho gusto-, y explicar el origen del escudo que llevaba dentro de sí, que era un cóndor significativo, recalcó, ¿pensó?


Pensó en por qué alguien le había pedido salir a una chica como ella, y también pensó en comenzar el encuentro hablando de su nacimiento. Pensó en decirle que fue independiente cuando  pudo vivir fuera del techo de los españoles, bajo sus propias reglas, no bajo las de quienes posaban de hidalgos tutores legales.

Pensó en decirle que en la extensión de su cuerpo habían múltiples religiones, que sus hijos se llenaban la boca gritando: -Mi dios besa mejor que el tuyo-; que ella no es un  lugar seguro y que sus hijos no entendían que la vida está por encima de todo, que vale más que una propiedad o que un cargo bien remunerado; que confundían la libertad con libertinaje y que esta situación cavaba hoyos negros en sus almas; que los emigrantes venían de su hermana y que su valentía no estaba hecha de opiniones en internet; que la vida no era más fácil por ser mujer y que sus hijos negociaban oropel por montañas, árboles y ríos; que las parejas se amaban y eran felices los 4 hasta que resultaban en medio de gritos llamando al 1,2,3; luego imaginó que en ella no importaba el color de la piel, que la paz no se negociaba y que en cambio esta habitaba en su corazón y en su memoria los muertos que por ella y que en ella vivían; que empezaba a creer no ser independiente del todo, que aceptaba que el suyo era un territorio de crímenes y delitos, pero que vivía en ella la esperanza de que algún día tendría una mente y un cuerpo realmente independiente y libre.

-¡No!-, se dijo. Mejor solo le digo que es mi cumpleaños.


En el laberinto de mentiras se vislumbra una salida forjada de verdades lejanas, borrosas, que emanan sangre, lágrimas y algún arrepentimiento, caudalosas fuentes que desembocan en un limbo de memorias frustradas.


Estoy sola. De nuevo. ¿Como siempre? En las esquinas de las calles veo ratas, unas con corbatas y otras con túnicas eclesiásticas; enanos feos braveando mezquindades; envases bellos y operados brillando en varios idiomas, pero vacíos y untados de la jerigonza que dice lo que no muchos pueden saber.


Los susurros que escucho me perturban, los susurros no deberían ser ruido irremediable. ¿O sí? Entre todo este laberinto de calles peligrosas y selvas espesas, de mares y ríos de colores y montañas abigarradas veo un niño, una negra palanquera, una niña wayú, una víctima, un victimario, tú, yo, un ángel con olor a papel, un anciano con bigote hirsuto volando junto a las mariposas amarillas de un laberinto inspirado en la confusión de millones de almas que no paran de soñarme. 







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